ACLARACIÓN

Creo que publicar esto era ya como una obligación. Mi papá nació en 1920 en un perdido y pequeñisimo pueblo en la frontera con Brasil que se llama Bella Unión. Mi papá solamente cursó hasta 3er. año de escuela primaria. Mi papá hizo muchísimas cosas, tantas que no las conozco todas. Fue herrero, mozo en un bar de putas, repartidor de leche, constructor de casas de chapa y madera y gran bailarín de tango. Entre otras cosas fue un gran flautista y la mejor persona que conocí. En los 90 papá escribió sus memorias y las publicó y fue a partir de ahí que a mí se me dio también por escribir. Ahora que lo releo, me doy cuenta de que estoy muy influido por su forma de escribir y por su forma de mirar. Y por su forma de todo. Rómpanse la cabeza para explicarse cómo el viejo, que solo hizo 3 años de escuela puede escribir así. Mi papá tiene ahora 87 años y es sorprendentemente joven y afortunadamente nos seguimos emborrachando juntos.

Abro este blog con el único propósito de poner a disposición de mis amigos blogueros el libro de recuerdos de mi padre.
Así que no va a ser un blog típico, ya que probablemente sólo tendrá una gran entrada con la historia de este personaje que es mi referente en todos los planos de la vida.
Quizá a muchos no interese esta historia simple de un hombre nacido en 1920 en un perdido pueblito de la frontera entre Uruguay y Brasil. Pero a otros seguro que sí. Es la historia de un self-made man a la uruguaya y la historia de miles de hijos de inmigrantes, porque acá supimos recibir oleadas de europeos en otros tiempos, no como ahora, que sólo sabemos irnos...
Dividí el libro en entradas que no son necesariamente capítulos. Algunas un poco largas.
De cualquier modo, si tienen ganas, aunque solamente lean fragmentos, no dejen de comentar. No sean haraganes, córranse hasta el final y dejen su comentario.
El viejo lo va a disfrutar y seguramente lo festejaremos con algún vinito o alguna grapita con limón.

El Santi

lunes, 3 de marzo de 2008

OTRA VEZ LA ORQUESTA

Y empezó la época gloriosa de la orquesta. No hablaré en detalle pues se necesitaría un tomo tipo enciclopedia y no sé si alcanzaría. Toda una generación de grandes directores que tenían como alfa y omega de sus vidas el amor y respeto por la música, ofrecieron, nos ofrecieron, un cúmulo invalorable de emociones y enseñanzas, lo que trajo como consecuencia la formación de un público joven e inquieto que poblaba las galerías, discutía a los maestros y era un termómetro que reaccionaba casi siempre en consonancia con nuestras opiniones sobre cada uno de ellos.
Antes de seguir, un poco de historia. Es bueno conocer algo de nuestra Orquesta. Alguien tiene el compromiso de escribir esa historia. Más que compromiso una obligación. El ha estudiado esa historia con el mismo amor y la misma entrega con que actuaba cuando era integrante de esa querida Orquesta. Se llama Carlos Häberli. A lo mejor al nombrarlo se siente tocado en su amor propio y de una vez termina dicha historia. Pero mientras esperamos que lo haga, en forma suscinta contaremos algo de su nacimiento, crecimiento y madurez. El 18 de Diciembre de 1929 se creó por ley el “Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica. (S.O.D.R.E). como organismo descentralizado. En los considerandos del proyecto de ley, se cree “innecesario destacar la importancia que ha adquirido en todas las naciones del mundo ese servicio.”(Textual) Se refiere, claro, a la radiodifusión.
Los gurises de las últimas generaciones están acostumbrados a todos los productos de la tecnología; para ellos son tan naturales como si siempre hubieran existido. En cambio a nosotros cada nueva conquista de la ciencia nos asombraba. Nos parecían producto de la mente afiebrada de Julio Verne. Esto lo estoy escribiendo en una computadora. No estoy seguro si fue Galeano que dijo que para él, la computadora es una máquina de escribir con memoria. Que va; para mí el escribir a máquina era una tortura. Perdía más tiempo en corregir los errores que en escribir lo deseado. No puedo creer sea posible para mí ahora el borrar, corregir, intercalar, pegar, imprimir. Etc. Como decía el paisano de Paco Espínola, «mágica eso».
Pensar que cuando se creó el Sodre el oír una radio nos parecía un milagro. Y gracias a ese milagro el Sodre se creó. Y con él la Orquesta. Y con ella, la posibilidad de hacer que una cantidad de músicos, encontráramos la felicidad de vivir de lo que amamos. Un privilegio a los que muy pocos tienen acceso.
La Ossodre, nuestra Ossodre, se echó a andar en 1931. Tengo frente a mí el programa del primer concierto.(1) Bach, Concierto en fa mayor para Orquesta. (2) Bussoni, Turandot. Marcha. (3) Fabini, Isla de los ceibos. (4) Liszt, Poema sinfónico. Y por último, la Heroica de Beethoven. Fácilmente hay dos horas o más de música sin contar los intervalos. Daba para dos conciertos.
Uno de los motivos de su nacimiento, fue otro milagro de la tecnología. El cine sonoro. Mientras fue mudo, gran cantidad de pequeños grupos orquestales ponían fondo musical a las películas. De golpe eso terminó, y quedaron cantidad de músicos sin trabajo. Era un período de crisis terrible. Sin embargo los gobernantes de la época, a pesar de las dificultades económicas, pensaron que la cultura era una buena inversión. Que te parece. Igualito que ahora.

Otra pequeña disgresión antes de recordar eventos artísticos de de los que fueron protagonistas principales los Directores. Me han pedido explique por qué si esos directores tienen conocimientos musicales y técnica de dirección similares, no son todos parecidos. Menudo compromiso; pero trataré, dentro de mis magras posibilidades, de hacerlo. Hay una gama muy amplia de capacidades, tanto artísticas como técnicas. Están los audaces, que se pueden dividir en categorías distintas pero parecidas. Tienen de común denominador la inconsciencia. Vamos a ellos. (a). Los que no saben o saben muy poco y no tienen aptitudes pero tienen padrinos. (b) Los que no saben pero sí las tienen. (A las aptitudes me refiero). (c) A ellos siguen los que saben pero carecen de talento. Los dos primeros entran en la categoría de los audaces. El tercero puede ser un director correcto, (hay muchos, cada vez más), pero nunca un gran director. En cambio, los que además de talento y formación musical excelente son dueños del poder de comunicación, esos son los grandes directores. Que no son muchos. Por aquello de que muchos serán los llamados y pocos los elegidos.
Una Orquesta es un instrumento. Pero un instrumento vivo, que responde más a quien, como dije antes, es capaz de comunicarse que a la géstica, por correcta que esta sea. Por supuesto que el gesto corporal es una forma ineludible de establecer la comunicación Pero ese gesto debe partir de adentro del director hacia adentro de cada ejecutante, y no de afuera hacia fuera. En los grandes se da lo primero. La respuesta de la orquesta, cuando en el podio está un verdadero artista, es en algunos casos, casi mágica. No se sabe porqué; tal vez porque cada músico se siente parte de una emoción colectiva, que aflora cuando hay magnetismo en quien convoca esa emoción.
Recuerdo una oportunidad en que la O. De N. York llegó a Montevideo. Era esa orquesta una máquina perfecta de hacer música. La dirigía en esa oportunidad Mitropoulos. Creo se escribe así. Finalizó el concierto con la suite del Sombrero de Tres Picos de don Manuel de Falla. Nada menos. Al terminar esa maravilla, recuerdo que desde el arranque de los bajos, pasando por todos los sectores de la orquesta hasta el golpe de platillo final, fue una especie de fuego de artificio. Académicamente perfecto. Sin embargo, la invitada de honor, la música, faltó a la cita. Un piensa, con esa misma orquesta formidable y esa joya de la música española, lo que hubiera hecho Juan J. Castro. De ese Falla y sus fuegos de artificio Carlitos Häberli se debe acordar.
En cambio con Kleiber, De Sábata, Malko, Szomogy, Dorati, Horenstein y tantos otros, (no tantos), esa invitada siempre estaba presente. Para nuestra emoción y la del público, miembro entrañable de nuestra familia de los Sábados.
No sé si todo tiempo pasado fue mejor. Tal vez no. Pero haber sido partícipe y protagonista de esas emociones, aunque no hubieran habido otras cosas hermosas, que las hay y las hubo, hace que valga la pena, ¿por qué la pena?, valga la felicidad el haber nacido.

Y hablando de música, vaya un recuerdo para uno de sus hijos dilectos. Que era y es para nosotros un personaje entrañable. Don Eduardo Fabini. Desde los primeros tiempos en el viejo Sodre era una figura familiar; caminando por los pasillos, escuchando los ensayos de sus obras, con su aspecto bonachón y su forma de hablar pausada que no subía jamás de tono.
Los últimos tiempos apoyando cada tanto la mano en el pecho. Seguramente tendría dolores. Hasta que como dice Yupanqui, se le cansó el corazón y entró de golpe al silencio. Pero no del todo; para mí es imposible olvidarlo. Siempre asocio Campo con mis recuerdos de infancia, y no olvido la emoción de la primera vez que toqué el solo. Vi un gurí descalzo, sentado en el borde de la cañada, envuelto en la quietud de la tarde, mirando como el agua jugaba cantando entre las piedritas del fondo. Mientras en medio del silencio poblado de chicharras, el sol de la siesta quemaba con su luz de fuego el cielo y la distancia.

Volvamos a la Orquesta. Solo anotaré algunos de los momentos que quedaron grabados más que en el recuerdo, en la memoria del alma. El preludio y muerte de Isolda con De Sábata, el Larghetto del concierto de Beethoven por Szighetti, la Leonora Nº tres con Kranhal, la quinta con Kleiber, los Cuadros, especialmente la Puerta de Kiev con Malko, son como el navegar por el Uruguay una noche de verano, andar por las veredas de la Alhambra, entrar a la Sixtina, la Catedral de Toledo o el Museo del Prado, ver la primera sonrisa y escuchar la primera palabra de los hijos y nietos, motivo suficiente para agradecer el haber nacido.

Y el primer concierto importante como solista en la temporada de abono, un diez y ocho de Julio. Pensar que también un diez y ocho de Julio, un día ya tan lejano, había tocado el himno desde la ventana de la casa de mi pueblo. Ahora era el concierto en sol de Gluck y lo hacía en un teatro totalmente lleno, acompañado por una sinfónica. Dirigía Serebrier. A pesar del susto me fue muy bien.
Tuve la suerte de tocar con Kondraschin, el director de la 0. de Moscú la suite de Telemann, y con Howard Mitchel, de la de Wáshington, el Brandemburgués Nº 5 de don Juan Sebastián, en el que intervinieron además Pritch y Eva Vicens. En esas ocasiones me acordaba de mi padre. Si hubiera podido ver a aquel nenito que sacaba piezas de oído en la ocarina tocar conciertos como solista, acompañado por una orquesta sinfónica a la que dirigían por turno los maestros titulares de las de Wáshington y Moscú, lo ancho que estaría. No encontraría saco que le sirviera.
Toqué después varias veces con la misma Ossodre, una Orquesta cooperativa de corta duración y la de Cámara. La tía Catalina sí me pudo oír.
Pero cuando realmente estuve nervioso, fue cuando con el Santi hicimos, con la de Cámara, el concierto de Telemann para flauta dulce y travesera. Se dan cuenta, tocar con el nene. Ahí si me hubiera gustado que nos oyera el Viejo.
También acompañé a cantantes populares; Pedro Vargas, Leonardo Favio, Tabaré Etcheverri, Viglietti y a Zitarrosa en más de una oportunidad en el Solís, y toqué en el P.Peñarol con Piazzola, y en el Luna Park de Bs.Aires, en un festival cuando cayó Perón. Casi nos matan; como de costumbre, nuestra prensa libre y veraz nos había hecho creer que el pueblo estaba contra Perón. Nos dieron banderitas uruguaya para lucirlas. Ibamos en una de aquellas históricas bañaderas; por donde pasábamos nos decían de todo menos que éramos lindos.
Hice también jingles en cantidades industriales. El viejo Eolo seguramente se moría de envidia; soplando lo dejaba chiquito.

De la Orquesta y el quinteto del que luego hablaré, quedan en el recuerdo innumerables anécdotas. Seguramente las iré enumerando a medida que asomen a mi memoria. Si se le puede llamar memoria. De modo que habrá, eso es seguro, un divorcio total con el orden y la cronología. Yo sé que me lo perdonarán.

En una de las salidas de la orquesta, bastante comunes en aquellos tiempos, fuimos a Tacuarembó y Rivera. En Rivera el espectáculo era al aire libre. Se descolgó una llovizna que no paró por cuatro días; los integrantes del ballet paraban en Tacuarembó pues no había sitio en los hoteles de Rivera.
Para conseguir lugar para la Orquesta en esta Ciudad hubo que convencer al dueño del Nuevo Hotel a que nos diera alojamiento. El hombre no quería grupos numerosos pues estaba harto de delegaciones deportivas que dejaban un triste recuerdo de su estadía, signada por la viveza criolla. Quedó tan conforme con nosotros, que la víspera del retorno nos ofreció un copetín acompañado de tan variadas exquisiteces, que nadie después de eso, quiso cenar, a pesar de estar toda la lista pronta para servirse como de costumbre. Bueno; hubo uno que sí lo hizo. Donskoy, un compañero violoncelista, personaje irrepetible que se comió todo lo que vino. Hacíamos apuestas a que no llegaba al próximo plato y él, muerto de risa, seguía olímpico dándole a la mandíbula. Ganó con la fusta bajo el brazo.
El anfitrión, todo un caballero de los twenties, ataviado con un traje blanco impecable y zapatos haciendo juego, había traído de Livramento, cigarros de hoja en cajas para todos los comensales, y una botella de cognac Napoleón, pensando en el café post cena. Pero nadie cenó, y como una botella no alcanza para las ochenta personas componentes de la delegación, decidimos con muy buen criterio llevárnosla al anexo donde, como las habitaciones del hotel no eran suficientes, nos habían alojado. Eramos los tres delegados y seis o siete compañeros más; no pasábamos de diez. Como se pueden imaginar, ese Napoleón encontró su Santa Elena en Rivera. Fue una ejecución sumaria.
Ese anexo se constituyó en centro de confabulaciones varias, llevadas a cabo con el loable fin de hacer divertida la estadía que se prolongaba más de lo previsto.
La llovizna no cesaba, así que el concierto se posponía. Lo que no se posponía era el ir y venir a través de la frontera; el venir mucho más pesado que el ir. El bagayo era inimaginable. Entonces, los ocupantes del anexo, nos pusimos de acuerdo con el Sr. Gallo, encargado de las relación de la Orquesta con las autoridades locales. Un tipo simpatiquísimo, dueño de una voz estentórea y una actividad constante. El plan a llevarse a cabo era muy simple. Objetivo, aterrorizar a los contrabandistas. A la hora del almuerzo, cuando la delegación estaba en pleno dispuesta a atacar al pobre menú con el máximo entusiasmo, como de costumbre se hizo presente nuestro personaje. Pero en lugar de sentarse a la mesa, con su voz tonante se dirigió a los comensales. «Muchachos; para evitarles problemas les comunico que vengo de tener una conversación con el jefe de Aduana. Sucede que es vox pópuli la barbaridad de cosas que pasan por la frontera. No sé si saben que no se pueden pasar más de un quilo de azúcar, yerba café y dulce, más una botella de bebida por persona. En este caso, como excepción se podrá duplicar la cuota. Pero nada más. Un vista de Aduana vendrá a revisar las habitaciones del hotel. Por favor, no me comprometan.» Fue memorable. Un espeso manto de silencio se abatió sobre los presentes; creo que hasta podía oírse el crepitar de las coronarias de unos cuantos.
Es asombroso como situaciones imprevistas nublan la razón, haciendo caer a personas ya mayores en actitudes infantiles. Un compañero escondió las compras bajo la cama como si quien viniera a controlar fuera tonto. Por otra parte, cualquiera que pensara un momento caería en la cuenta que aquello era una broma. Sería absurdo pensar que alguien pretendiera inspeccionar el hotel, pues no tendría derecho.
Una noche, luego de la cena salimos a dar un paseo por la ciudad. Al regresar al anexo, nos encontramos con algo surrealista. Un compañero de orquesta, un personaje pintoresco nacido en Montevideo y criado en Nápoles, luciendo calzoncillos y camisilla blancos, medias marrones y zapatos negros, se encontraba parado sobre un pie, con el otro cruzado como en los daguerrotipos finiseculares, y con una mano apoyada en la pared para mantener la estabilidad. Absorto, contemplando una rejilla de desagüe donde un grillo norteño, (hay algunos enormes), cantaba a toda voz. Al vernos llegar nos preguntó: «¿y esto que é, un pacarito?.» Textual. Un pajarito nocturno y subterráneo. El era una excelente persona. En la orquesta tocaba el clarinete bajo, su sonido era muy hermoso, y en lo musical, intuitivamente expresivo. Pero cuando en ciertas obras aparecían pasajes endiablados, se enojaba con los autores. «¡¡Senvergüensa, ponerle meyone de nota a lo clarone, un estrumendo pesato!!. Como se ve que non tocano eyo». Los músicos de la época saben a quien me refiero. Todos lo queríamos.
Volvamos al anexo. No todos sus habitantes estaban en la confabulación con Gallo. Zabala, un vasco que tocaba la trompeta, después del episodio del grillo se tiró en la cama y recuerdo sus palabras, reflejo del temor al decomiso. «¡Y yo que me he metido hasta los hígados!». Entonces Di Prisco, el primer clarinete, al que yo no creía capaz de una broma de ese tipo le dijo. «Mire, Zabala; si Ud. gastó tanto y no quiere perderlo todo, yo me arriesgo; le compro las cosas por la mitad de lo que Ud. gastó. Si me las quitan, mala suerte; yo me quedo sin nada y Ud. no lo pierde todo; pero si no, es un premio que recibo por arriesgarme.» Zabala lo pensó un buen rato, y luego le salió del alma. «¡¡Coño, prefiero perderlo todo o ganarlo todo; que sea lo que Dios quiera!!.» Al final de la gira, cuando llegamos a Central, los changadores no podían con las valijas de algunos.
El anexo se transformó en un sitio de diversión a expensas de los contrabandistas. Compraran lo que compraran, lo mirábamos, preguntábamos el precio e invariablemente el comentario era: ‑»pero que disparate, habría que mandarlos presos a algunos de esos comerciantes por ladrones.»‑ En tal lado, (siempre el tal lado estaba a una punta de cuadras), lo venden por la mitad de precio. Algunos sospechaban y decían que de cualquier manera era barato; otros, en cambio se calentaban y para desengañarse buscaban, claro que con muy poca fortuna el negocio indicado.

Cambiando de escenario, el recuerdo de una estadía en Trinidad. Parábamos en el hotel Central, una casona frente a la plaza. Hoy ya no existe. La casona, quiero decir; la plaza está ahí. Yo compartía una habitación con Cuevas, y nuestros vecinos eran Leroux, el oboísta, un francés hacía poco integrante de la orquesta, y VIadimir Drobach, un franco alemán llegado en la misma época. Tocaba el violoncelo. Los dos excelentes músicos. Con ellos y Mercedes Olivera hicimos dos sonatas de Loeillet en el viejo Sodre, en una de las tantas temporadas de cámara de aquellos buenos tiempos. Nos pidieron autorización para pasar la grabación por C X 6; pues había salido muy bien. Lo hicieron muchísimas veces. Drobach era enorme; dueño de un físico impresionante; le llamábamos el oso, y hasta sus movimientos se asemejaban a los de ese animal. Esto sucedió al poco tiempo de la reorganización de la orquesta; yo estaba con uno de mis periódicos ataques de ciática. Eran terribles; me tenían que ayudar a calzar, no podía darme vuelta en la cama. Estaba seguro que con los años me iba a convertir en carne de hospital, candidato a ser tirado a la basura. Sin embargo aquí estoy. La ciática es solo un mal recuerdo; y junto con el pelo y algunas otras actividades, (no todas) ha desaparecido. Pero en ese momento no era un recuerdo; estaba en su máximo esplendor. Lo hago notar pues tiene que ver con lo sucedido.
Como dije, la pieza vecina estaba ocupada por Leroux y Drobach. A J.Louis le hicieron el sobre. Para quienes no saben lo que es, les cuento que es un artilugio muy simple. Se quita una sábana a la cama, y a la que queda se dobla por más o menos la mitad. Se cubre con la frazada y el resultado es perfecto. El candidato se acuesta, se tapa con la mitad superior, y cuando quiere estirar las piernas se encuentra que no van más allá de la mitad de la cama. Leroux no entendía nada. Se ve que no conocía la broma. Nosotros que estábamos informados, mirábamos por el ojo de la cerradura. No veíamos casi nada. Pero oíamos. Cuando se dio cuenta, se rió de buena gana. Pero al oso estos malditos le habían dejado la cama sujeta apenas.
No sé como lo hicieron; lo cierto es que cuando se acostó, se desparramó con un estruendo de terremoto. Lo que indirectamente hizo que mi ciática y yo entráramos en escena. Estos desgraciados le habían dicho al VIadimir: «cuidate de Bosco; mirá que te va a joder.» No les alcanzaba con desarmarle la cama, de esa manera mataban dos pájaros de un tiro. Es verdad que un santo en cuestiones de bromas variadas yo no era; pero no de ese tipo; no me gustaban. Pero eso el VIadimir no lo sabía.
Así fue que de improviso, se abre la puerta y la silueta del oso ocupa el espacio que ésta deja. La mirada torva, todo él con aspecto amenazante, solo faltaba un acorde dramático Mozartiano apoyado por un golpe de gong, para que fuera talmente la imagen del Comendador del don Juan. ‑ «¡Así que te hacés el fivo, ¿no?. Te gusta gromper camas, ¿eh?. Yo te foy a dagr»‑ «Sos loco, ¿no ves que no me puedo mover?. -Yo no fui, estoy con un bruto ataque de ciática, preguntale a Cuevas.» ‑ «Paga joder no tenés ciática». . Y se me vino. Aún ahora no puedo explicármelo. Realmente no me podía mover; pero al ver acercarse esa mole, no sé de donde saqué fuerza para levantarme y batir el récord de no sé cuantos metros llanos. Si habré corrido que no me agarró.

De la O.S.S.O.D.R.E. quedan cantidad de anécdotas solo interesantes para quienes las vivieron. Hay un par sucedidas durante actuaciones extra Sodre, con grupos formados para casos especiales.
En una capital del interior, fuimos con un director nacional a hacer, (es un decir, más bien deshacer) el Barbero. Uno piensa, como personas tan exigentes cuando de lo oficial se trataba, se avinieran a hacer cosas así. Claro, ­esto era una extra, y bien paga. La cosa es que la orquesta, en vez de tener los componentes exigidos por la partitura, estaba reducida a su mínima expresión. En los vientos, uno de cada familia. Así en vez de dos flautas y flautín como lleva la obra, estaba yo como navegante solitario. Lo mismo para todos, maderas y metales. No te digo nada de la cuerda; no sé si entre primeros, segundos y violas llegaban a ocho. Un violoncelo y un bajo. Recuerdo que le dije a Sparano; con esta orquesta esmirriada la tormenta del Barbero va a ser en un vaso de agua. Como no había foso para la orquesta se lo improvisó quitando dos o tres filas de asientos, y tablas de piso. El problema eran los tirantes sostén de las tablas; esos no se podían quitar. De manera que hacíamos milagros de equilibrio entre uno y otro. Había un solo atril para usar en común el violoncelo y el bajo. El cellista era Altieri, un italiano que tocaba muy bien, y el gordo Serio el contrabajista. Pero Serio era muy alto, por lo que era necesario levantar el atril. El violoncelo toca sentado; por lo consiguiente, el gordo se paraba detrás. Era todo un espectáculo. Serio se inclinaba hacia delante, y Altieri se descoyuntaba las cervicales para ver la música. Realmente era una caricatura de Quino.
Pero lo peor, o lo mejor, según se lo mire, llegó después. Se ve que era fecha patria, no sé cual; por lo consiguiente como es de rigor, iba el himno previo al espectáculo. En estos casos el público siempre canta; y para facilitar su intervención, en lugar de hacerlo en mi bemol, se toca en do. El Director lo dijo; pero llegado el momento la cuerda se olvidó; así que atacamos la canción patria en doble tonalidad. El público tenia para elegir. Aquello fue el desastre musical; claro que a los pocos compases se arregló. El Pocho Sparano no podía tocar; le dio una especie de convulsión. Realmente inolvidable. De cualquier manera, por lo menos a pesar de las carencias económicas, se llegaba al interior siempre huérfano, (ahora mucho más) de eventos culturales.

Cuando volvimos a Tacuarembó luego del concierto en Rivera, actuamos en el cine de la ciudad. Espectáculo de ballet. La orquesta se coloca, donde como en este caso no hay foso, en el lugar que queda libre al retirar las tres o cuatro primeras filas de platea. Quedás junto al público.
Empezó la función, el cine completo, todo perfecto. De pronto la silla se me empieza a desarmar. Yo pensé; toda fuerza genera una contraria; si pretendo levantarme me desparramo sin apelación: así que me dejé ir. Pero la velocidad aumentó, y allá fuimos silla, flauta y flautista. Casi se traga la caña el oboísta; en la caída le llevé por delante la pierna a Elena; era un despiole el sector maderas. El Maestro Baldi hacía esfuerzos heroicos para mantener la seriedad, cosa que conseguía a medias. Estate fermo, me decía. Para estarme quieto hubiera tenido que quedarme en el suelo. Suerte que la gente estaba atenta al ballet; si no, hubiera sido la estrella de la noche.
Desde entonces siempre controlo la solidez del asiento de turno. Por aquello de non bís in ídem
En lo que sigue, también referido a la Orquesta no quito ni pongo Rey; la interpretación que le de cada uno depende de su conformación mental.
Terminados los conciertos de los Sábados, salíamos por la puerta de la calle Mercedes en dirección a Andes. En esa esquina estaba la puerta de salida del público. Con el tiempo, las caras de muchos habitués se nos hicieron familiares. Entre ellas, la de dos viejitas encantadoras que creo eran hermanas. Yo salía con Sparano y no recuerdo si los Núñez o Casalito. Como tantas veces, nos cruzamos con ellas, y delante de esos «nenes»: «¡ay, Maestro Bosco; usted todos los Sábados nos hace vibrar con su instrumento.! «Se imaginan la cargada. Para mí, pura envidia. No cualquiera tiene un instrumento capaz de lograr tal efecto a semejante distancia.

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