Y adiós a Bella Unión. Adela decidió ir a Montevideo, allá estaban las hermanas, tía Catalina y los primos Núñez Bosco.
Por un lado la novelería de la ciudad me hacía desear el viaje; pero por otro, el dejar el pueblo, el río y los compinches de juegos y aventuras me entristecía.
Salimos el 11 de diciembre de 1932, a las doce de] día, y llegamos a Montevideo el 12 a la una de la tarde. Cuando uno ve esa fecha, no le queda otra alternativa que recurrir a la frase original. ¡Que lo parió, como pasa el tiempo.! De nuevo la aventura del viaje; no dormí casi nada. Ibamos en segunda; los asientos eran de madera, pero de listones; como los bancos de plaza . Te quedaban los glúteos y el lomo, por decirlo delicadamente, como galope de gusano. Pero era verano. Había tanto para ver, arroyos, cañadas, ríos, el Arapey con sus dos lagunas enormes rodeadas de montes tupidos, (ya no existen) y los otros con los árboles indígenas asomados a sus orillas. Me parecía ver a los indios escondidos en la espesura, salir a atacar a los españoles. Tabaré en ese entonces era en las escuelas infaltable. El poema de Zorrilla, claro; si fuera el que te dije, se imaginan. Festejen, españoles, festejen. Y la llegada a las estaciones con la gente vistiendo su mejor traje y cargando sus valijas, rodeados de familiares, prontos para partir hacia la ciudad que en ese entonces parecía tan lejana. Luego el crepúsculo y la magia misteriosa de la noche. Lo tengo todo tan grabado. Pensar que de hombre recorrí el país entero con la orquesta y el quinteto; pero nunca, aunque jamás perdí mi capacidad de asombro, me ganó tanto el alma el milagro del paisaje. Se ve que los años empañan la luminosidad que nimbaba aquellos sueños.
Las casitas y ranchos entrevistos a la luz pálida de la luna, con sus lamparitas a querosén amarillentas brillando tras de las ventanas, y los montes de abrigo que como manchas oscuras acentuaban el misterio de la noche. Y al pasar por los puentes, los arroyos, cintas de plata líquida, dormidos entre los árboles bajo la claridad lunar.
A veces pienso que mi fobia por los edificios amontonados en la ciudades como cajones de ladrillos, tiene su origen en el recuerdo de distancias y horizontes.
Y al final del viaje, la estación central, con sus techos altísimos y los enormes números que indicaban los andenes.
Nos esperaban la China y Atilio su marido. (A ella le decíamos así pues era la única morocha de los hermanos). A Lola y a mí, gringos. Que les parece; era rubio y tenía pelo.
Habían conseguido un auto y marchamos por Dieciocho hasta la casa; tomamos Av. Italia, y pasamos por el Estadio, donde dos años antes se había ganado el mundial.
Toda la familia; tallarinada para festejar el reencuentro. Y vino, como te va; «¿querés un vaso ?» Para qué; aquello era espantoso. Acostumbrado al vino de Consiglio, me resultó intomable. Era frutilla; pero frutilla berreta; nunca lo había probado. Por años no tomé vino. Después uno se recupera.
Con mi complejo de inferioridad pueblerina, creía que los ciudadanos gozaban de una educación superior. Me mandaron a buscar fariña. Entonces me dije: esta es la oportunidad para demostrar mis conocimientos. Llegué al almacén;- “buen día”,‑ buen día.- “Medio quilo de harina de mandioca.” ‑¿Lu qué? dijo el galaico. –“Harina de mandioca.” ‑Di eso nu tenjo; ¿pra que sirve? –“para hacer pirón.” ‑¡¡¡Ahhh; fariña, coño!!!. ‑No somos nada.
Vivía más en lo de tía Catalina que en casa; quedaba a dos cuadras. Tenía un primo, Ariel, intelectualmente brillante. Era dos años mayor; nos hicimos inseparables. Ellos tenían una victrola de aquellas a cuerda, un lujo para la época, con discos de 78. Un día llegué y estaban escuchando Yira Yira. Como dirían ahora, quedé recopado. ‑¿Quien es ese cantor?.‑ Me miraron como si fuera un Marciano. ¡Pero cheee, es Gardel!. ¿Y quien es Gardel? Quedaron pasmados; no podían entender tal ignorancia. De ahí en más, el Mago me acompañó siempre. Con sus virtudes y defectos, fue el símbolo, la síntesis de una época que ya es historia. Y aunque a veces pase meses sin oírlo, cuando al corazón herido de nostalgia llegan los recuerdos, siempre está su voz amarrada a aquellos tiempos.
Todavía oigo, colgadas en el aire del atardecer, las voces de los muchachos del barrio que se fue, cantando a coro en las esquinas. Una costumbre que a la juventud actual, estoy seguro resulta difícil entender. Eramos más ingenuos y simples, la sociedad todavía pueblerina, y la de consumo aún no se había instalado. Todavía la felicidad vivía al abrigo de las cosas sencillas.
Para Noche Buena desde un mes antes ya estábamos acarreando juncos y pinchos. Los traíamos desde el Buceo; y aunque Ud. no lo crea, lo hacíamos cargándolos en un elástico de cama fuera de uso, al que llevábamos por Propios ida y vuelta. Era de una sola vía y angostita. Por lo que se pueden imaginar lo intenso del tránsito. Después colecta en el barrio, a comprar cohetes y el consabido Judas. En el campito de la esquina, (no había barrio donde no lo hubiera), desde la columna del alumbrado hasta algún árbol cómplice, cruzábamos un alambre para colgarlo. Debajo una montaña de pinchos. Y vamo arriba; el fósforo, y el barrio en pleno a disfrutar. En la cabeza, una bomba machaza. Cuando explotaba, fin de fiesta y hasta el año próximo. Cada cual a su casa a comer el infaltable cordero, y la también infaltable cerveza de barril, que los carros de la cervecería traían a domicilio. Una Noche Buena brindamos con Ariel por cada uno de los familiares, las fiestas, y todos los meses del año. Parece mentira, pero permanecimos incólumes. Cuestión de cultura alcohólica.
En una de esas fiestas, creo fue un fin de año , nos fuimos con Ariel, ya de madrugada, a sentamos en un banco de la plaza de la Unión. Se ve que me senté con los pies sobre un hormiguero. Cuando quise acordar me los habían tomado por asalto. Aquello negreaba; me levanté y otra que Nijinski; los que pasaban, a esa hora casi todos de la cofradía de Baco, dirían: mirá vos, festejando año nuevo con ballet; no tenía visto.
En las noches de verano había en Malvín cine en la playa. Hasta hace poco, quedaba la estructura de la pantalla; te tirabas en la arena, y a disfrutar del espectáculo; la mayoría de las películas todavía eran mudas; pero como eran gratuitas, y el clima era más decente, igual valía la pena.
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