Los solistas formamos un quinteto, primero para entendernos musicalmente mejor, y con ello beneficiar la orquesta, y segundo para mejorar algo el sueldo que con la inflación, se estaba deprimiendo. Eramos Sparano, los dos Núñez, Forino y yo. Desde su creación, constituimos un grupo muy especial; cuatro tipos que lo único que tomaban en serio era la música. Fuera de ahí, una joda corrida. El quinto, Forino, por supuesto que también la música. Pero con muy poco o ningún sentido del humor. Le decíamos el jefe, y en cierto modo lo era. El confeccionaba los programas, arreglaba los ensayos, etc.
En uno de nuestras actuaciones en el interior con el quinteto, nos tocó visitar Piriápolis. El hotel Select fue donde paramos. De las habitaciones que nos tocaron, una daba al patio cubierto por un parral; debía ser Febrero, pues al abrir la ventana, el perfume de las uvas maduras inundó la habitación. Imagínense el Pocho, así llamábamos a Sparano, quedó extasiado. El destino puso a su alcance, (el parral estaba a la altura de la ventana), unos hermosos racimos, como dice la canción, de negro color. No tardó nada en aparecer un semicírculo huérfano de fruta, cuyo límite era la longitud del brazo del depredador. Solo quedaron las hojas. Le dijimos que no las comió porque estaban verdes. La voracidad del Pocho era legendaria. Por ahí andan las fotos tomadas esa noche.
Realmente llegamos a tener un muy buen nivel. Trabajábamos mucho; fue una época muy feliz. En la carta que Berto escribió a Häberli al morir Sparano, decía que la época del quinteto había sido la más feliz de su vida; y le creo. Recorrimos el país entero; tocábamos en representación del Instituto; (el quinteto era oficialmente del Sodre.) No nos pagaban, claro, solo los pasajes y un viático. Nosotros mismos nos habíamos impuesto corno norma, además de tocar el concierto establecido, una actuación en el liceo de cada localidad. Luego les enseñábamos a los gurises los instrumentos y los invitábamos a hacer preguntas. Era una experiencia preciosa, es increíble las que te pueden hacer. Realmente, a veces te ponen en aprietos.
A medida que escribo van llegando queridos recuerdos del quinteto querido... Fuimos a Salto invitados por un club alemán; llegamos y fui a lo de mis primas. Cabral, ya lo nombré antes, me invitó a dar una vuelta y visitar a mi primo Ramón, entonces Intendente de Salto. Como después Ibamos a Bella Unión, yo quería tocar en todas. Tenía que lucirme en mi Pueblo. Hacíamos las Casaciones de Mozart, que es para cuarteto sin flauta, pero ésta puede sustituir al oboe. Y así lo hicimos.
A la hora del concierto llegué con Cabral, se los presenté, afinamos y adentro. El teatro Larrañaga totalmente lleno. En esta obra, como la flauta suplanta al oboe, se ubica junto al clarinete; me senté y le dije al jefe: «¡alegre, alegre!»‑. Me miró ceñudo: «¡¡Estuviste tomando!!»‑ «Una solita».‑ Y era verdad; hubiera sido una falta de responsabilidad en la que no caíamos.
Salió muy bien. Lo repetimos en Bella Unión. El organizador del concierto en mi pueblo querido era Elíseo Porta, amigo de antes, escritor, autor entre otras obras de Ruta tres y con la Raíz al sol. Se había hecho una preciosa casa frente al río; cuando la dictadura, se suicidó.
Los compañeros estaban sorprendidos del nivel cultural de la gente del lugar. No entiendo por qué; bastaba que asociaran la capacidad intelectual del representante del pueblo con quien tenían el honor de compartir eventos artísticos, para darse cuenta que no podía ser de otra manera.
La última del quinteto: A semejanza de lo que sucede en Europa donde son comunes las sesiones de música en broma, nos invitaron al Solís donde se realizaba un evento de ese tipo. Teníamos que tocar un divertimento de Mozart; de frac pero debajo la camiseta de Peñarol. Me sentí un traidor cuando me la puse. Balzo, que estaba en el espectáculo, nos reprochó el haber tocado tan bien con esa horrible camiseta. No es un juego de palabras; Balzo era un bolso baboso.
Por supuesto que los Profes veteranos de la Escuela Municipal cuyo cuerpo integrábamos, se hacían cruces. Realmente, no tenían porqué. En Europa eso es común. En Londres, en este tipo de sesiones, tocan con instrumentos ad hoc; nos decía un director que el primer corno lo hacía con una regadera preparada al efecto. Y le sonaba muy bien. La solemnidad no siempre es compañera inseparable del arte. A veces lo anquilosa.
Y adiós al quinteto. La inflación había deteriorado los sueldos; el quinteto recibía solo viáticos pero nunca fue oficializado, lo que quiere decir que no recibía remuneración del Sodre. En ese entonces los Núñez recibieron ofrecimiento de contrato desde Venezuela, por supuesto más ventajoso económicamente que lo que aquí tenían. Ellos, Berto especialmente, no querían irse. Solicitamos un plus sobre nuestro sueldo de ¡¡quince -15 pesos!!, para evitar el perderlos. Negativa rotunda. Para nosotros final de una experiencia inolvidable. Y, perdonen la inmodestia, un pérdida para la cultura del país. De aquel grupo inolvidable solo quedamos dos en este valle de lágrimas, Berto y yo. Los otros tres pasaron a vivir en el recuerdo. Para siempre.
Recordando anécdotas inolvidables, esta con la orquesta, viene a mi memoria lo sucedido en Salto cuando el concierto con los coros del Litoral. Tiene que ver con el director del evento, el maestro Eric Simon, su pantalón y los tiradores. Resulta que los tales tiradores no eran de botones sino de presión. Con el uso los broches pierden la fuerza y no aprietan lo suficiente a la pretina. El Eric para dirigir se movía en forma desaforada; entonces, a veces del lado derecho, a veces del izquierdo, el broche aflojaba la presión y se soltaba, mientras el pantalón iniciaba el descenso dejando ver lo blanco de la camisa ¿O no era la camisa.? Era emocionante; esperábamos el momento crucial en que se soltaran los dos a un tiempo. Simon , en tanto, procuraba desesperadamente colocar los broches en su sitio. Aquello era una película de suspenso: Cuando ante el regocijo general el pantalón se acercaba peligrosamente a las zonas pudendas, le decía a Elena. Ahora se produce. Pero no tuvimos suerte. Como pudo, el hombre capeó la adversidad y salió indemne. Pudo haber sido un Mesías memorable.
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