Por Mayo pregunté si me podía casar. Ahora mismo si querés. Pero esperé hasta el año.
Al volver a las actividades me encontré con que en mi ausencia habían nombrado a Elena di Fiore; pero me habían mantenido el contrato; así que el aspecto económico no presentaba problemas.
Don Quico vivía en una casilla de dos plantas diseñada y construida por él. Como iba a comprarse una casa, vendió el terreno y la casilla aparte. Se la compró mi cuñado, y ahí empezó mi carrera de arquitecto, ingeniero y anexos. Desarmamos la susodicha casilla y la armamos en el terreno de Atilio; bajo mi dirección técnica, mano de obra incluida. Agrandé la pieza que había sido del hijo mayor de Russo; me quedó de primera. Ya no había más excusas; así que el trece de Marzo de mil novecientos cuarenta y siete me casé con la Brilda. No hubo fiesta; solo una reunión estrictamente familiar. Solo Govea, padre de un querido compañero de orquesta fue sin invitación; dijo que de cualquier manera él quería acompañarme en ese acontecer. Un amigo taximetrista nos regaló el viaje a la aduana; nos íbamos a Bs. Aires. Me compré dos botellas de sidra, y antes de ir al puerto pasé por lo de Russo. No lo invité pues era familiar la cosa; pero no hubiera dormido en paz si no hubiera compartido ese acontecimiento con mi maestro. Los alumnos de antes no eran como los de ahora.
En el puerto estaban para la despedida parientes y amigos. Cuando zarpamos, además de los pañuelos, mi primo Miguel Angel, Atilio mi cuñado y otros amigos nos saludaban con las manos; algunos con tres dedos en alto y otros con cinco. Nunca me quedó muy claro si eran saludos o recomendaciones.
Si esperan que les cuente en detalle la noche de bodas, están arreglados. Lo que sí les cuento es que después de lo que comimos en la reunión, la sidra en la casa de mi maestro me cayó como una bomba. Era una cosa mire, de no parar. De la cama al baño y viceversa. Toda la noche. Dijera don Verídico; hombre especial pa organizar caminatas la noche del casorio aura que dice, el Bosco. Después de todo, una buena excusa para no cumplir con las recomendaciones, si lo eran. Nunca lo supe; la Brilda menos. No tomé sidra nunca más; solo una vez en Chile porque creí que era espumante. Cuando me di cuenta era tarde. No me hizo mal. Es que no era necesario.
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