lunes, 3 de marzo de 2008
EL AEROPLANO.
Y un acontecimiento que me hizo dudar de mi vocación de farolero-telegrafista. Estando con Lola en el muellecito, escuchamos el extraño ruido de un motor desconocido. Era un aeroplano; (todavía no se les conocía como aviones), que pasaba raudo casi tocando el cielo. Menos mal que las cervicales y los tendones de la nuca estaban hace muy poco inaugurados; lo que garantizaba su elasticidad. De no ser así se nos hubieran descoyuntado. Y ni hablar de la articulación de la mandíbula; hasta el aeroplano nos cabía en la boca. Aterrizó en la cancha de fútbol. En el pueblo no quedaron ni los paralíticos. Fuimos todos a admirar esa cosa increíble. Por supuesto que conocíamos su existencia; pero el tenerlo ahí de cuerpo presente era maravilloso. Era propiedad de un play boy de la época. Se llamaba Edilio o Eidilio Rodríguez. Fumaba cigarrillos rubios con un aroma que en mi vida había sentido. En el pueblo todos fumaban tabaco brasilero. Las muchachas, cuando pasaba en un Studebaker blanco descapotable quedaban en trance. Tenía, como corresponde, (el auto quiero decir), una bocina de aquellas roncas; al Studebaker le habían puesto la vaca; sonaba casi como el mugido de alguna. La ostentación del ego no es de ahora. Preguntale al Eclesiastés. De manera que mi vocación de telegrafista farolero, como dije antes, murió repentinamente. Mi destino era la aviación. No crean que me disgustaba ser como Edilio, para andar de traje palm beach blanco fumando con boquilla de marfil.
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